jueves, 28 de octubre de 2010

Con el viento por montera

Va bajando la calle en bicicleta y ni siquiera parece percibir a la gente con la que se cruza, hay veces en que incluso cierra los ojos y disfruta de la música que se escucha en sus pequeños auriculares. El viento revuelve su cabello y disfruta con ello. Una ligera sonrisa se dibuja en su cara mientras a golpe de pedal va recorriendo la ciudad sin salirse del carril bici.
El sol le acaricia la piel en los momentos en que no hay árboles cerca para servirle de parapeto y su piel se eriza contenta por esa sensación cálida que proporciona el astro rey similar a un abrazo. Podría estar así eternamente si no fuera porque tiene que devolver la bicicleta en una de las múltiples estaciones de la ciudad.
Su sonrisa y alegría es contagiosa. La gente le mira cuando espera en el paso de cebra moviendose rítmicamente con la música que solo él puede escuchar y es inaudible para los demás. No para de dirigir su mirada a los ojos de los que esperan con él y como siempre ocurre, los demás, presas de la estupida vergüenza que impone la sociedad de la impersonalidad, dirigen su vista a cualquier otro lado. Él sonríe porque solamente una niña pequeña le mantiene la mirada y se ríe con él. Quizá no todo esté perdido. Otro soplo de aire que hace que un sombrero salga volando y tanto el ciclista como la niña no aguantan más y sueltan una sonora carcajada. El resto les mira y poco a poco una joven empieza también a reir viendo a la pequeña desternillarse en el suelo. A ella le sigue un hombre mayor y su señora enternecidos por lo bello de la escena.
Se pone en verde y el ciclista se aleja despidiendose con la mano de la pequeña, con tan poco ha conseguido tanto. Él sigue su camino entre los árboles mientras el viento sigue revolviendole el pelo y con una fuerte inspiración, cierra los ojos, expulsa el aire y sonrie como aun no había sonreido ese día. Es algo tan simple, tan nimio y en cambio tan poderoso que le sorprende y en parte le apena que la gente no se dé cuenta cada día de que siempre hay algo por lo que sonreir, por lo que alegrarse de estar vivos.
Es tan bello encontrar una sonrisa y sonreir con ella, que le da lo mismo que sea solo un flash en la bicicleta mientras parece que el viento le transporta a su destino.
Creo que mañana todos sonreirán un poco más.

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