jueves, 23 de abril de 2009

Historia Interactiva (9)

Bueno, por fin lo hice, volver a escribir, o más bien mostrar lo que he escrito. La razón de mi tardanza aunque pueda parecer una escusa (y quizá en parte lo és) es que en unas semanas he estado con vosotros, he vuelto a Barcelona como múchos sabeis para que me dieran la buena noticia con respecto al tema de los ojos y a parte he estado bastante cargado de trabajos estás últimas semanas, así que con ello intentaré que no vuelva a repetirse y volver a escribir más a menudo ^^, bueno como último apunte decir que me encantó teneros aquí todos estos días y que fue una semana genial :D. En fín, aquí teneis la novena entrega de la historia interactiva. En ella se da a conocer algo del pasado de uno de los personajes. Personalmente es uno de los que más me gusta, pero también es cierto que es uno de los que más me cuesta delimitar y describir, es un personaje complejo y en partes ilógico, pero en fin espero que os guste, y como siempre os pidó que opineis, a ver si superamos los 10 comentarios del último tema xD. Bueno sin más ni más un abrazo a todos y que lo disfruteis.
Está es la canción que he elegido para este capítulo que hacía mucho que no elegía ninguna


9ª Parte:
Se mira los zapatos. Le encanta como brilla el charol rojo, casi puede ver su reflejo en ellos. Sonriente salta y baila al ritmo de música francesa de acordeón. Levanta la cabeza y observa a su hermana que desde el marco de la puerta la mira con una ceja levantada y volviendo los ojos. Ella le saca la lengua y continúa bailando. No comprende que le ha pasado a su hermana, antes si se hubiese unido al baile. Un día le preguntó a su madre y le dijo que su hermana se estaba haciendo mayor. "Tu hermana es cada vez más grande, y tiene que comportarse como alguien mayor". ¿Acaso crecer era convertirse en un estúpido? ¿Entonces, que tiene de bueno crecer? "Algún día lo entenderás hija mía". Su madre acerca los labios a su frente y puede notar durante una décima de segundo sus suaves labios mientras se ve embargada por el olor de su mamá. Un escalofrío recorre todo su cuerpo, se siente segura, feliz, tranquila.
Sigue bailando en el salón, sigue la música de acordeón que ha marcado su infancia, le recuerda a su viaje a París el verano anterior, pero sobretodo le hace acordarse de su padre, él disfrutaba tanto con ella. La relación con su padre siempre fue distinta a la que tenía su hermana con él. Su hermana era la primogénita y por ello estaba atada a una serie de obligaciones y deberes que su padre se encargaba de enseñarle con sumo detalle, en cambio, al ser ella la pequeña, su padre se veía libre de la carga de instruirla y por ello actuaba con mucha más naturalidad y era más cariñoso. Podríamos decir que con ella su padre podía comportarse tal y como él deseaba. No era justo, ella lo sabía, pero su hermana se alimentaba de otros sentimientos paternos. Su hermana prefería reconocimiento, confianza y los planes con vistas al futuro.Ella no cambiaba por nada el cariño, los cuentos y los juegos con él.
De tanto dar vueltas empieza a marearse y finalmente se desploma encima del sillón riéndose de forma descontrolada. Recoge tambaleante el coletero que se le ha caído con sus diminutas manos, se arregla el pelo y es entonces cuando oye la cerradura que anuncia la llegada de su padre.
Sonriente se dirige corriendo a la entrada de la casa provocando el caos a su paso, roza una lámpara de pie con tulipa de papel, esta se tambalea pero pronto vuelve a su estatismo, lo cual no evita que su madre le dé un aviso desde el pasillo. Con el corazón acelerado y resoplando ligeramente se queda enfrente de la puerta esperando. La espera se acaba y su padre entra en el hogar, la observa con ojos cariñosos y no puede evitar sonreír viéndola formar delante de él con una coleta más alta que la otra. "Hola mi cielo". Es la señal, ya tiene permiso para tirarse encima de él. El padre toma en brazos a su hija, la abraza y besa, y aún sin dejarla en el suelo saluda a su primogénita de una forma mucho más formal. "Buenos días hija". "Buenos días padre". "Hoy tenemos un invitado, avisa a tu madre y organiza todo lo necesario para que se sienta cómodo". "Si padre".

Ella asiste perpleja a la escena el tiempo justo hasta que una pequeña luz se enciende en su cabeza. "Hay un invitado". Como un neón en su cabeza, un invitado, un visitante, otra persona en el mismo techo. Su curiosidad como la de cualquier niño de su edad le impulsa para mirar por encima del hombro de su padre. Antes de que pueda divisar a nadie aparece una mano, y sujeta por ella una piruleta roja. Sus ojos golosos se abren, una sonrisa se le forma con rapidez y antes de reparar en ello sus manos ya se han lanzado en pos del preciado objeto. Nada más agarrar la golosina ve a su Mecenas, un joven que ha visitado varias veces su casa, lo conoce, sabe que trabaja con su padre y siempre tiene un detalle con ella.
Es curioso, en aquellos años era una de las personas que más feliz le hacía cuando aparecía de visita, ahora en cambio no dejaba de ser "Él", "el traidor", el objeto de toda su rabia, el de sus planes homicidas.
La situación se vuelve extraña, la niña que vive la estampa está tremendamente feliz, en cambio la adulta que la está recordando sufre una sobredosis de adrenalina, su corazón bombea con fuerza, su respiración se vuelve agresiva, su mandíbula se contrae con fuerza, su frente está sudorando y finalmente y sin remisión se despierta.
Con un rápido movimiento se ha incorporado con los ojos muy abiertos, el pelo pegado en su frente sudada y apuñalando a una víctima no existente con un puñal fuertemente sujeto por su mano izquierda. Tras un par de respiraciones Mikumo comprende su situación real, mira el puñal, lo mete en la funda del muslo, apoya su cabeza en sus rodillas flexionadas y con los ojos cerrados cabecea negando levemente.
Mikumo en seguida abre los ojos y observa la superficie del tejado del edificio de arquitectura toscana en el que está sentada justo bajo la bóveda del complejo en el que lleva viviendo durante las últimas semanas. El sol lucía radiante en aquella tarde de mediados de Diciembre. Habían tenido unos cuantos días de nubes, pero se agradecía la luz solar aunque fuese a través de una superficie translúcida. Las temperaturas eran demasiado extremas en el exterior, tanto que podían variar muchos grados en el transcurso de un solo día y notar la suave caricia del astro rey siempre ayuda.
Ya hacía mes y medio que todos estaban en aquella fortaleza, mes y medio de instrucción extrema. Ya conocía a todo el mundo y no tenía problema en aceptar las habilidades de cada uno, pero no tenía demasiado interés en mejorar sus relaciones sociales, todo lo contrario, ella solo había entrado a formar parte de la nómina por un determinado objetivo y después de un mes y medio aún no tenía la menor noticia de aquello que había venido a buscar. Y eso empezaba a impacientarla y provocaba que se encontrase incómoda.

De repente algo había llamado su atención, un sonido desde el saliente más alejado del tejado. Dos manos aparecieron colgándose entre las tejas, a las que le siguieron dos brazos, un tronco y dos piernas. Un joven de piel morena y pelo recogido en una coleta se aupó hasta el nivel en el que se encontraba Mikumo y la saludó sonriendo.
-¿Qué haces aquí arriba?
-Ummm no sé... Estaba pensando en saltar desde este tejado. Con una cuerda elástica debe ser muy divertido ¿Crees que tendremos alguna de ellas? -Contesto Mikumo con ojos de maniaca y una sonrisa de oreja a oreja- Seguro que tienen alguna, siempre tienen de todo. Jijiji.
-Jajaja desde luego eso me gustaría verlo -Dijo el joven sin parar de reír y gesto de incredulidad.
-O si no una carrera por los tejados. Si, si, si, eso sería divertido. Muy divertido ¿No te parecería divertido Iván? Seguro que lo sería -Seguía la joven con gran teatralidad hablando consigo misma divertida.
-Jejeje, si claro por supuesto, debe ser emocionante al menos.
-Si, si, si -Repetía Mikumo con una inalterable sonrisa como si volviese a ser la niña de zapatos de charol rojo.

-Por cierto, vi tu exhibición con los cuchillos. Fue muy ilustrativo.

-Si, los cuchillos también son muy divertidos, podrías cortar un fémur rápidamente si sabes como, aunque lo peor es siempre la sangre. Mi madre siempre me decía que no me manchara, así que siempre intento llevar un impermeable...
-Si claro, supongo que son las preocupaciones de los de infantería, nosotros los de transporte nos preocupamos más por no estrellarnos ni quedarnos sin combustible.
-...mi madre siempre llegaba y decía muy seriota "Mikumo para cortar a alguien es mejor meterlo en la ducha y ponerte un impermeable, así todo se mancha menos". Aunque no sé que diría sobre estrellarse. Para eso no vale un impermeable jejeje -Siguió diciendo de forma alocada como en los últimos años.
-Esto... si supongo que para eso no vale un impermeable -Contestó Iván esbozando una media sonrisa circunspecta- Pero quería preguntarte si podrías ayudarme con el manejo del puñal. Desde luego estas semanas he visto que no es lo mío, y en cambio para ti es como una extensión de tu brazo.
-Jijiji claro claro, yo te enseño, porque el puñal es muy divertido. Pero deberían tener conejos o perdices para entrenar, porque es más divertido darle a algo que de verdad se mueve y no solo a esas dianas -Comentó de nuevo Mikumo intentando añadirle más teatralidad a la situación y a su forma de gesticular casi de infante enfurruñado.
A veces ella misma se preguntaba porque seguía ocultándose tras esa máscara infantil. Todo comenzó hace años en uno de sus primeros encargos. Ya había ejecutado a su objetivo, pero por desgracia tres compañeros de él la descubrieron cubierta de sangre en el lugar del crimen. Fue un acto reflejo, se hizo pasar por una niña lunática e infantiloide, casi se podía decir que era una maníaca. Solo necesitó eso, los tres descubridores bajaron la guardia al creerse superiores a la niña que tenían enfrente, para pocos segundos después caer los tres abatidos a manos de la floreciente habilidad para matar de Mikumo.
Después de eso todo había seguido por ese camino. En más de una noche solitaria había intentado racionalizar su comportamiento y después de millones de charlas con la pequeña Mikumo y otras tantas con la adulta, había llegado a la conclusión que era una manera de protegerse a si misma. Era un comportamiento que le aislaba de lo que en realidad estaba haciendo, era como ver la escena desde una marquesina a cientos de metros. Y siempre lo prefería.

-Además no lo digas por ahí, pero escuché a Katrina algo de movilizarnos. No sé a que se refería, pero desde luego se refiere a ponernos en activo para lo que sea que nos necesiten -Explicó Iván que había continuado hablando mientras ella se enfrentaba a su protección de la realidad.
Poco a poco fue asimilando las palabras. Mikumo sabía que significaba, significaba un paso más cerca de su objetivo, significaba hacerle un favor a esta gente para que luego ellos le hiciesen un favor a ella, significaba ser libre del peso que cargaba desde su infancia, significaba verle muerto. Su rostro se tornó serio, demasiado para alguien que se esconde tras una mascara. Rápidamente recuperó el control y se dirigió a Iván, que la miraba un poco extrañado de tanta seriedad.
-Jijiji, si, movilización. Jijiji, así podré lanzar los puñales a otra cosa que no sean dianas jijiji. -"Hasta que solo me quede un cuchillo que lanzar".

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